Blancanieves y los siete enanitos

Origen: Alemania (Hermanos Grimm)

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Había una vez, en un reino lejano, una hermosa niña llamada Blancanieves. Su piel era tan blanca como la nieve, sus labios tan rojos como las rosas y su cabello tan negro como el ébano. Sin embargo, su madrastra, la Reina Malvada, envidiosa de su belleza, deseaba deshacerse de ella.

La malvada reina ordenó a su cazador llevar a Blancanieves al bosque y deshacerse de ella. El cazador, compadecido de la inocente niña, la dejó en libertad y le aconsejó huir lo más lejos posible. Blancanieves se adentró en el bosque, temerosa pero determinada a sobrevivir.

Tras caminar durante horas, Blancanieves llegó a una cabaña pequeña y acogedora. Al entrar, encontró siete camitas y siete platitos sobre la mesa. Sin saber que pertenecían a siete encantadores enanitos, se acostó a descansar. Cuando los enanitos regresaron a casa, sorprendidos al ver a Blancanieves, decidieron acogerla y cuidarla.

Mientras tanto, la malvada reina, creyendo que Blancanieves había perecido, se sumió en la satisfacción de su aparente victoria. Pero su espejo mágico reveló la verdad: Blancanieves aún vivía y era más hermosa que ella.

La reina, llena de envidia, decidió acabar con Blancanieves por sí misma. Disfrazada de anciana, la engañó con una manzana envenenada. A pesar de las advertencias de los enanitos, Blancanieves cayó en el hechizo y quedó inmóvil como si estuviera muerta.

Los enanitos, desconsolados, la colocaron en un ataúd de cristal en lo alto de una colina. Pasaba el tiempo y la tristeza invadía el bosque. Un día, un príncipe valiente pasó por allí y al ver a Blancanieves quedó cautivado por su belleza. Con un beso sincero, rompió el hechizo y Blancanieves despertó.

La alegría llenó el bosque cuando Blancanieves despertó y los enanitos bailaron felices alrededor de ella. El príncipe, admirado por su valentía, le propuso matrimonio y ella aceptó, poniendo fin a la maldición de la malvada reina para siempre.

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