El Árbol Generoso
Origen: África (Variante popular)
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Había una vez un hermoso árbol en medio de un prado verde y frondoso. Este árbol no era uno cualquiera, sino que era conocido como "El Árbol Generoso". Desde temprana edad, este árbol demostró una extraordinaria capacidad para dar y compartir con aquellos que lo rodeaban.
Desde sus raíces hasta las puntas de sus ramas, El Árbol Generoso siempre estaba listo para ofrecer algo a quienes lo visitaban. En primavera, sus ramas se llenaban de exuberantes hojas verdes que bailaban al ritmo de la brisa, proporcionando sombra a los cansados paseantes y alegrando el corazón de los que buscaban refugio bajo su vasta copa.
En verano, el árbol se vestía con deliciosos frutos, colmados de dulzura y jugosidad. No discriminaba a nadie; cualquier persona, animal o ave podía acercarse y disfrutar de sus regalos. Las familias locales se reunían alrededor del árbol para recolectar manzanas, peras y ciruelas, agradeciendo su generosidad inagotable.
El otoño traía consigo un espectáculo de colores cálidos. Las hojas, en lugar de caer sin más, descendían suavemente para formar un manto acogedor en el suelo. El Árbol Generoso no veía esto como una pérdida, sino como una oportunidad de compartir una vez más. Los niños recogían las hojas para crear coloridos montones y saltar en ellos, riendo y creando recuerdos inolvidables.
Los años pasaron, y con el tiempo, el árbol se dio cuenta de que sus ramas se volvían más débiles, y sus hojas, aunque bellas, empezaban a escasear. Se encontraba en la última etapa de su vida, pero nunca lamentó lo que dio a lo largo de los años. Siempre había considerado un honor ser el Árbol Generoso.
Un día, un anciano se acercó al árbol. Aunque las ramas estaban más frágiles y menos fructíferas, el hombre notó la nobleza que aún emanaba del árbol. Se sentó a la sombra de sus ramas y reflexionó sobre la vida. El Árbol Generoso, aunque en su declive, seguía siendo un símbolo de generosidad y desinterés.
El anciano, con lágrimas en los ojos, le agradeció al árbol por todos los momentos felices que había experimentado bajo su sombra y por los regalos que le brindó a lo largo de los años. Reconoció la valiosa lección de desprendimiento y servicio que El Árbol Generoso le enseñó a él y a la comunidad que lo rodeaba.
Con voz apacible, el anciano compartió una morajela que resonaría en la memoria de todos los que escucharan su historia: "Así como este árbol ha dado libremente durante toda su vida, recordemos que la verdadera riqueza está en nuestra capacidad para dar sin esperar nada a cambio. La generosidad es un regalo que perdura mucho más allá de nuestra propia existencia."
El Árbol Generoso escuchó estas palabras con humildad y gratitud. Aunque su forma física se debilitaba, su legado perduraría en las vidas de aquellos que aprendieron la importancia de dar sin reservas. En sus últimos momentos, el árbol sintió una paz profunda, sabiendo que su propósito se cumplió.
Así, el Árbol Generoso se despidió silenciosamente, pero su espíritu perduró en la memoria de quienes lo conocieron. Su historia se convirtió en un recordatorio eterno de la belleza y la trascendencia de la generosidad, una lección que continuó inspirando a generaciones venideras.
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