El Gigante Egoísta
Origen: Irlanda (Oscar Wilde)
Compartir:

Había una vez en un pequeño pueblo, un gigante egoísta que vivía en un hermoso jardín. Este gigante poseía un jardín mágico lleno de flores y árboles frutales, donde los niños solían jugar y reírse. Sin embargo, el gigante era tan egoísta que no permitía que los niños jugaran en su jardín.
Un día, el gigante egoísta decidió construir un muro alrededor de su jardín para mantener a los niños fuera. El muro era alto y robusto, impidiendo que la luz del sol y la risa de los niños entraran en el hermoso jardín. Los días se volvieron grises, y el jardín, una vez lleno de alegría, se sumió en la tristeza.
La primavera llegó, pero el jardín del gigante egoísta permaneció en invierno. Los niños del pueblo extrañaban jugar en ese lugar mágico. Un día, un pequeño niño curioso decidió trepar el muro y aventurarse en el jardín prohibido. Al ver al niño, el gigante se enfureció y lo expulsó, gritándole que nunca más volviera.
Con el paso del tiempo, el gigante egoísta se dio cuenta de que su jardín se volvía más triste cada día. Los árboles dejaron de dar frutas, y las flores se marchitaron. El gigante se sintió solo y arrepentido por su egoísmo. Una mañana, cuando la nieve cubría su jardín, el gigante notó algo sorprendente.
Un grupo de niños había encontrado un pequeño hueco en el muro y se colaron en el jardín. Estaban jugando y riendo, y el gigante se dio cuenta de que la verdadera magia del jardín provenía de la risa y la alegría de los niños. En lugar de echarlos, esta vez el gigante decidió compartir su jardín con ellos.
Los niños, agradecidos, le contaron al gigante sobre cómo el jardín se volvía hermoso cuando compartían su alegría. El gigante egoísta aprendió la importancia de la generosidad y el amor. A partir de ese día, permitió que los niños jugaran en su jardín y compartieran la felicidad con él.
Con el tiempo, el jardín del gigante volvió a ser un lugar mágico lleno de vida y color. El egoísmo del gigante se desvaneció, reemplazado por la cálida amistad de los niños. El gigante comprendió que la verdadera riqueza no se encuentra en posesiones materiales, sino en el amor y la generosidad que compartimos con los demás.
La moraleja de esta historia es que la felicidad crece cuando se comparte con los demás. El egoísmo puede llevarnos a la soledad y la tristeza, pero la generosidad y la amistad nos traen alegría y prosperidad. Aprender a compartir y ser amable con los demás es la clave para construir un mundo lleno de magia y felicidadMira más cuentos