El Sueño del Cocodrilo
Origen: Papúa Nueva Guinea (Variante popular)
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Había una vez en la exuberante selva africana, un cocodrilo llamado Kibo que soñaba con volar. Mientras sus compañeros de río se deleitaban en el agua, Kibo anhelaba alcanzar el cielo y descubrir el mundo desde las alturas. Su deseo era tan fuerte que todas las noches, antes de dormir, cerraba sus ojos y se sumergía en el sueño de surcar los cielos con sus propias alas.
Los demás animales de la selva se burlaban de Kibo. "¿Un cocodrilo volador? ¡Imposible!" se reían entre ellos. Pero Kibo, lejos de desanimarse, persistía en su sueño. Buscaba en la orilla del río ramas y hojas secas para construir un par de alas improvisadas. Pasaba horas intentando alzar el vuelo, aunque sus esfuerzos resultaban infructuosos.
Un día, mientras Kibo practicaba su vuelo fallido, un pájaro sabio llamado Zuri se posó en una rama cercana. "¿Qué estás haciendo, Kibo?" preguntó Zuri con curiosidad. Kibo, con humildad, le contó a Zuri sobre su sueño de volar y cómo todos se burlaban de él.
Zuri, en lugar de reírse, sonrió con sabiduría. "Kibo, todos tenemos sueños únicos. No permitas que las burlas de los demás te detengan. Si realmente deseas volar, tal vez necesitas buscar ayuda en lugares inesperados."
Intrigado por las palabras de Zuri, Kibo decidió explorar la selva en busca de respuestas. Con cada paso, se encontraba con diferentes animales, desde elefantes hasta mariposas, buscando la clave para hacer realidad su sueño. Pero ninguno parecía ofrecer la solución que buscaba.
Finalmente, Kibo llegó a la gruta de Rafiki, el anciano mono que era conocido por su sabiduría. Rafiki escuchó atentamente la historia de Kibo y asintió con la cabeza. "Para alcanzar el cielo, necesitas comprender tu verdadera naturaleza y trabajar en armonía con ella. No intentes ser algo que no eres, pero descubre cómo puedes utilizar tus dones únicos."
Kibo reflexionó sobre las palabras de Rafiki y decidió regresar al río. Miró su reflejo en el agua y se dio cuenta de que su verdadera fuerza yace en el agua, no en el cielo. Decidió abrazar su identidad de cocodrilo y buscar una forma de volar que estuviera en armonía con su esencia.
Con la ayuda de sus amigos, Kibo diseñó una especie de catapulta improvisada en la orilla del río. En lugar de volar con alas, Kibo aprendería a saltar alto y disfrutar de la sensación de elevación antes de caer de nuevo al agua. Aunque diferente de su sueño original, Kibo descubrió una nueva forma de volar que encajaba perfectamente con su naturaleza de cocodrilo.
La noticia se extendió por la selva, y los animales que se burlaban de Kibo ahora lo miraban con admiración. Kibo les enseñó que cada uno tiene un camino único y que perseguir sus sueños requiere aceptar quiénes son en lugar de tratar de ser algo que no son.
El día que Kibo saltó por primera vez con su catapulta improvisada, la selva resonó con aplausos y vítores. Kibo se sintió pleno, no porque estuviera volando alto en el cielo, sino porque había encontrado la manera de volar que estaba en armonía con su ser.
Al atardecer, mientras la selva se sumía en la tranquilidad, Kibo se acurrucó en la orilla del río y cerró sus ojos. Esta vez, no soñaba con volar, porque había descubierto que su verdadera felicidad estaba en abrazar su identidad y aprovechar al máximo sus propios dones.
La moraleja de la historia es que cada uno de nosotros tiene dones únicos y caminos distintos para alcanzar nuestros sueños. En lugar de compararnos con los demás o tratar de encajar en moldes preestablecidos, debemos buscar dentro de nosotros mismos y abrazar nuestra auténtica identidad. Solo entonces podremos descubrir la verdadera forma de volar que nos llevará hacia la realización de nuestros sueños.Mira más cuentos