La Princesa y el Guisante

Origen: Dinamarca (Hans Christian Andersen)

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Había una vez, en un reino lejano, una hermosa princesa llamada Rosalía. Su padre, el rey, estaba preocupado porque no podía encontrar un príncipe adecuado para que se casara. Así que decidió idear una prueba para encontrar al pretendiente perfecto para su amada hija.

El rey pensó en algo ingenioso: colocaría un pequeño guisante debajo de veinte colchones y veinte edredones en la habitación donde dormiría la princesa. Solo el príncipe verdaderamente sensible podría sentir el guisante y, por lo tanto, demostrar que era digno de casarse con Rosalía.

Pronto, llegó un príncipe llamado Alejandro, ansioso por casarse con la encantadora princesa. El rey lo recibió y explicó la prueba del guisante. Alejandro estaba seguro de que superaría la prueba sin problemas.

La noche cayó, y la princesa Rosalía se acostó en la cama preparada para la prueba. A la mañana siguiente, el príncipe Alejandro estaba emocionado de contarle al rey sobre su éxito. Sin embargo, el rey notó que algo no estaba bien.

—Princesa, ¿cómo dormiste anoche? —preguntó el rey, preocupado.

Rosalía se estiró y bostezó antes de responder: —Oh, padre, tuve una noche maravillosa. La cama era muy cómoda.

El rey frunció el ceño y miró al príncipe Alejandro, quien parecía confundido. Al levantar las sábanas, descubrieron que el guisante aún estaba en su lugar. Alejandro se sorprendió y se sintió avergonzado.

—¿Cómo es posible que no hayas sentido el guisante? —preguntó el rey, decepcionado.

Alejandro no pudo encontrar una respuesta adecuada. Mientras tanto, en un rincón del reino, llegó otro príncipe llamado Mateo. Había oído hablar de la prueba del guisante y quería intentarlo.

El rey le explicó la prueba a Mateo, quien aceptó con humildad. Esa noche, la princesa Rosalía se acostó en la cama preparada. Al amanecer, Mateo estaba emocionado de contarle al rey sobre su experiencia.

—Padre, pasé la noche en vela. La cama estaba llena de bultos, y uno de ellos era tan incómodo que apenas pude dormir —dijo Mateo, sinceramente.

El rey y la princesa se miraron asombrados. Al levantar las sábanas, encontraron el guisante aplastado entre los colchones. Mateo había sentido el pequeño detalle y demostrado ser el príncipe indicado.

El rey sonrió y aceptó alegremente a Mateo como el pretendiente perfecto para su hija. La princesa Rosalía también estaba encantada con la elección de su padre. Se dieron cuenta de que la sensibilidad y la empatía eran cualidades más valiosas que cualquier otra cosa.

Moraleja: A veces, las verdaderas cualidades de una persona no se encuentran en lo evidente, sino en la capacidad de percibir y valorar las pequeñas cosas. La sensibilidad y la empatía son virtudes que pueden pasar desapercibidas a simple vista, pero son las que realmente hacen que una persona sea excepcional. Así que, en la vida, es importante mirar más allá de las apariencias y valorar las cualidades internas que hacen que alguien sea genuino y especial.

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